Un faro cósmico (M1)

En julio de 1054 una estrella apareció en el cielo refulgiendo con un brillo tan solo superado por el de la Luna, manteniéndose junto a las astas del toro durante dos años hasta que se fue apagando poco a poco. Los testigos de este enigma fueron astrónomos chinos y árabes, y gracias a sus manuscritos podemos desentrañar hoy ese misterio. La estrella que apareció esa noche envió sus fotones desde una distancia de 6.300 años luz, por lo que realmente los astrónomos la vieron tal y como era en el quinto milenio antes de Cristo. La estrella fue consumiendo todo el hidrógeno que la formaba, de manera que perdió su combustible principal y la gravedad ganó entonces la batalla, comenzando a comprimir toda su masa hacia el centro mientras los gases más superficiales eran expulsados al exterior. Sin embargo, hay un punto tan denso en el que los electrones se resisten a comprimirse más, de forma que el colapso se detiene. En una estrella de masa similar a nuestro Sol es el normal devenir, dando lugar a la formación de una enana blanca, muy densa y caliente. Sin embargo, la estrella protagonista de esta historia tenía una masa superior a 8 masas solares, por lo que la gravedad no cedió ante la resistencia de los electrones, sino que siguió comprimiendo el núcleo hasta que los electrones colapsaron con los protones de los átomos, dando lugar a la formación de neutrones y neutrinos, formando lo que se conoce como estrella de neutrones. La rápida condensación provocó una supernova, una gran explosión en la que la envoltura de la estrella salió rápidamente disparada hacia el exterior, alcanzando un brillo millones de veces superior al original. Ese fue el destino de la estrella que brilló esa noche de abril de 1054.

Volvamos a nuestra estrella de neutrones, esta vez con conocimiento de lo que estamos viendo. Imaginémosla como una esfera brillante con la masa de una estrella reducida a un diámetro de unos 25 kilómetros, lo cual nos da una idea de la enorme densidad a la que se encuentra. Foto neutronesDe hecho, un sólo centímetro de una estrella de neutrones puede llegar a pesar cientos de millones de toneladas. Algunas de estas estrellas se encuentran girando rápidamente sobre su propio eje, a velocidades vertiginosas, recibiendo entonces el nombre de púlsares. La estrella que brilló esa noche de 1054, ya hablando con propiedad, es un púlsar. Gira sobre su eje unas 30 veces por segundo, perdiendo masa que sale despedida en todas direcciones. Esta pérdida de masa va condicionando que poco a poco vaya perdiendo velocidad, pero lo hace de manera prácticamente imperceptible. Su interior es tan denso que termina por adquirir conductancia eléctrica, promoviendo la formación de campos electromagnéticos que moldean su entorno, junto a los fuertes vientos que se forman a su alrededor. De esta manera, y a modo de resumen, tenemos una gigantesca pelota hecha principalmente de hierro que gira rápidamente sobre su eje, formando un verdadero ciclón a su alrededor y emitiendo una gran cantidad de energía en todas las longitudes de onda medibles, desde ondas de radio hasta rayos gamma.

Foto M1

Ya desde 1949 se manifestó como una brillante fuente de ondas de radio, y en los años 60 se identificaron sus potentes radiaciones electromagnéticas emitidas en forma de breves pulsos. No es de extrañar que muchos especialistas admitieran la posibilidad de que la fuente tuviera su origen en una hipotética civilización extraterrestre. Posteriormente, y gracias a los importantes avances tecnológicos, se ha podido entender la naturaleza de esta estrella, ahondando en sus profundos secretos. De hecho se ha comprobado que sus zonas más internas evolucionan a una velocidad pasmosa, pudiendo apreciar cambios en las masas de gas de un mes para otro. En la siguiente imagen podemos comparar el centro de la nebulosa que envuelve a la estrella y los cambios que experimenta cada 2 meses:

Foto M1 cambios

Tras esta prolongada charla sobre una peculiar estrella ya podemos ponerle nombre, que no es ni más que menos que PSR B0531+21. Sin embargo, no es la estrella la que posee un nombre propio, sino la nebulosa a la que ha dado lugar, que recibe el sobrenombre de la Nebulosa del Cangrejo, acuñado por William Parson, tercer conde de Rosse. Vio en ella filamentos que le recordaban a las patas de dicho animal, si bien la observación de esos detalles está reservada a grandes telescopios o fotografías de larga exposición. Messier, en 1758, la incluyó como primera entrada en su popular catálogo, gracias al paso cercano de un cometa.

Una vez terminada esta aproximación teórica es hora de pasar a la práctica, y para ello nada más fácil que dirigir nuestro instrumento al asta izquierda de la constelación de Tauro. Es fácil de encontrar la estrella guía si prolongamos el cuerno izquierdo, el que termina con Aldebaran, unas 4 ó 5 veces su longitud. Allí, unos prismáticos en un cielo oscuro nos mostrarán un pequeño parche de luz difusa, apenas perceptible si la noche no es oscura. Elegí una noche especialmente nítida para observar M1 en profundidad con mi Dobson 305 mm, ya que, aunque es fácil de ver, es difícil de obtener detalles si no es con bastante paciencia. A bajos aumentos pude apreciar perfectamente una forma irregular, una mancha algo alargada con forma de «S», de brillo uniforme y bordes relativamente definidos. Varias estrellas aparecen inmersas en la nebulosidad, y el campo que tiene alrededor se encuentra bastante poblado. A 214 aumentos se apreciaba con un buen contraste, fácilmente visible con visión directa, aunque la visión lateral marca mejor los bordes. Tras adaptar completamente la vista conseguí percibir algunas irregularidades en las regiones centrales, claroscuros en posible relación con los filamentos que podemos apreciar en fotografías. No deja de ser sugerente, aunque no pudiera apreciar mayor detalle.

M1

El astro central, la estrella de neutrones responsable de estos jirones espaciales, es de magnitud 18, demasiado débil para verla. Sin embargo, no es difícil imaginarla en el centro de la nebulosa, y si nos esmeramos podemos incluso notar cómo gira 30 veces por segundo, emitiendo chorros de energía como si fuera un enorme faro cósmico que ilumina todo el cielo. M1 no es uno de los objetos más espectaculares que podamos contemplar con nuestros instrumentos, eso está claro, pero es, sin duda, uno de los que llevan a cuestas una historia más interesante e inusual.

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