Paseo navideño por el Unicornio

Cerramos el año con una observación especialmente navideña, acorde con estas fechas, perfectamente adecuada a aberturas medias y sitios bien oscuros. Es un paseo por algunos de los objetos más reseñables de la constelación del Unicornio, que en estos días se eleva por el cielo persiguiendo a Orión. Comenzaremos el recorrido en su región más boreal, justo por debajo de los pies de Géminis. Allí, a simple vista, se aprecia una zona con estrellas que parecen difuminadas, un efecto claramente visible desde cielos alejados de grandes urbes. En ese batiburrillo de estrellas, una de las zonas más llamativas corresponde a NGC 2264, conocido, con acierto, como el Cúmulo del Árbol de Navidad. Es una agrupación de estrellas que rememoran a la perfección la imagen de un abeto navideño, a lo largo de unos 60×30 minutos de arco. En la base, la estrella 15 Monocerotis brilla con una magnitud de 4.2. Su espectro es de tipo O7, una estrella gigante azul especialmente joven y brillante, superando a nuestra estrella unas 8.500 veces en luminosidad. Toda la zona, perfilando la silueta triangular, se encuentra inmersa en una nebulosa de emisión, una gran región HII, el caldo de cultivo que, a 2.700 años luz de distancia, ha dado lugar a tantas estrellas.

Foto 2264

Visualmente es un objeto muy llamativo. Ya a través del buscador se puede apreciar la aglomeración de estrellas con forma de árbol, más brillante en su base y en su extremo. Al ocular es fácil que alguna parte se salga del campo si no es de gran aumento. La noche que apunté a NNGC 2264 me llamó la atención, desde el primer momento, la fuerte nebulosidad que rodea a 15 Monocerotis, la estrella de la base. Con visión periférica pude apreciar que la mayoría de estrellas de la zona se encontraban inmersas en una débil neblina, fácilmente contrastable al apuntar a regiones más alejadas del cúmulo. En su vértice superior se encuentra la conocida “Nebulosa del Cono”, una nebulosa oscura con forma cónica que parte de dicha estrella hacia arriba. Me dediqué a usar todas las técnicas que conocía para intentar distinguirla, pero al final tuve que darme por vencido, culpando a unas mínimas nubes que rondaban la zona. Lo máximo que alcancé a vislumbrar fue la nebulosidad en zonas adyacentes a la nebulosa oscura, pero no la forma característica que podemos apreciar en fotografías. Aun así no salí descontento con el intento, pues no contaba con ver la nebulosa que engloba al cúmulo y pude verla sin mayores complicaciones.

NGC 2264.png

El siguiente objeto se encuentra muy cerca, a poco más de un grado de la cima del árbol y el escurridizo cono. Se trata de NGC 2261, Caldwell 46 o la Nebulosa variable de Hubble, un objeto que necesita de una buena dosis de imaginación para ser totalmente comprendido. Esta nebulosa ha traído de cabeza a los astrónomos desde hace más de dos siglos. Hasta el siglo XX se había pensado que era una estrella variable (R Monocerotis) asociada a una nebulosa de reflexión con una peculiar forma de abanico. En la década de los 20, Edwin Hubble descubrió que la nebulosa también era variable, cambiando tanto su brillo como su longitud de forma totalmente irregular, distinta al período de la estrella, hasta el punto de cambiar en pocas semanas. El misterio no fue resuelto hasta hace muy poco, gracias a observaciones con el Hubble y otros grandes telescopios. La explicación a este enigma se achaca a una estructura gaseosa de forma toroidal que rodea a R Monocerotis, como si un gran donut envolviera a la estrella. Esta estrella, una gigante azul, desprende materia al espacio que, a consecuencia del torus, adquiere forma bipolar, con un chorro de gas hacia cada polo. Por eso vemos esa forma triangular en la nebulosa. “¿Y dónde está el otro chorro?”, podríamos preguntarnos. El chorro que vemos es el que sale hacia nosotros, mientras que el otro, expulsado hacia atrás, queda oculto por la nube de gases que rodea a la estrella. De esa forma, lo que podemos observar es realmente una de las mitades del conjunto. De hecho, la estrella que vemos en el centro ni siquiera es una estrella, ya que ésta se encuentra oculta tras el gas. Lo que vemos es la envoltura gaseosa fuertemente iluminada por la estrella, por muy puntiforme que parezca. La única manera de ver el astro es en longitudes de onda diferentes a la luz visible.

NGC 2261

Al telescopio NGC 2261 es especialmente fácil de ver, ya que presenta un gran brillo superficial. Se puede apreciar como una estrella (aunque ya sabemos que no es la estrella propiamente dicha), con una nebulosidad intensa de forma triangular, como si fuera un abanico. La nebulosa es más brillante en uno de sus bordes, disminuyendo progresivamente a medida que se aleja, acabando con cierta forma semicircular. Una estrella aparece por momentos inmersa en su superficie.

Hay que recorrer 2 grados hacia el suroeste para encontrar el siguiente objeto de este recorrido, llegando a una de las más conocidas imágenes del cielo profundo. La Nebulosa Roseta es una enorme región HII que se deja adivinar a simple vista a un palmo de distancia a la izquierda de Betelgeuse. La nebulosa se expande por una región del cielo de 130 años luz de diámetro, adoptando una imagen que recuerda a una rosa con su región central menos densa, englobando a un cúmulo de brillantes estrellas que son las que se han formado a raíz del gas circundante. Estas estrellas son, además, las que excitan los átomos de la nebulosa, haciendo que emitan radiación y reluzcan con brillo propio. Es una de las nebulosas más masivas que conocemos en nuestra galaxia, estimándose su masa en unas 10.000 masas solares. El cúmulo se denomina NGC 2244 o Caldwell 49, mientras que la nebulosa, Caldwell 50, recibe varias entradas del catálogo NGC (2237, 2238, 2239 y 2246) debido a su gran tamaño, que supera el grado de diámetro y alcanza una superficie similar a 5 lunas llenas. Ambos, cúmulo y nebulosa, se encuentran a unos 5.200 años luz de nosotros, el doble de la distancia que nos separa del cúmulo del árbol de navidad.

Foto 2237

Su intenso color rojo, debido al hidrógeno ionizado, recuerda a fotografías de la Nebulosa de la Laguna, compartiendo con ella su naturaleza y muchos de esos claroscuros tan típicos. Es una verdadera guardería estelar que todavía funciona a pleno rendimiento, condensando su gas en regiones concretas hasta alcanzar una temperatura tan alta como para emitir luz propia.

Visualmente la Roseta puede llegar a ser un objeto digno de admirar siempre y cuando contemos con un cielo suficientemente oscuro. He llegado a observarla fácilmente al colocar un filtro OIII sobre el buscador, apareciendo entonces perfectamente su forma circular englobando a NGC 2244. Éste es un cúmulo abierto, no especialmente poblado, pero con brillantes estrellas formando su esqueleto, destacando una decena de ellas que adquieren una disposición rectangular. A su alrededor se encuentran los bordes internos de la nebulosa, perfectamente marcados con cualquier ocular y un filtro, preferiblemente un OIII, aunque el UHC también resalta otros detalles diferentes. Para apreciar mejor la nebulosa es preferible usar un ocular de bajo aumento, y aun así tendremos problemas para enmarcarlo en el mismo campo. En mi caso, en el momento de la observación sólo disponía de un ocular de 24 mm, que proporciona en mi Dobson unos 125 aumentos y un campo de 30 minutos de arco, apenas suficiente para ver decentemente la mitad de la nebulosa. Sin embargo aproveché los “altos” aumentos para centrarme en detalles más concisos de la nebulosa, enfocando para ello a una zona especialmente rica en ellos. Parte del cúmulo quedaba en la parte superior derecha del campo, viéndose ampliamente rodeado por la nebulosa, y en algún punto estrechamente conectados por un débil resplandor. La parte interna se encuentra mucho más definida que el anillo exterior, que se pierde poco a poco de forma muy difusa. Destacan algunas islas oscuras que parchean el grosor de la nebulosa, con formas abruptas. El borde interno tampoco es liso, sino que presenta entrantes y salientes fácilmente destacables con visión periférica, añadiendo a la imagen una sensación de fotografía como pocos objetos son capaces de conseguir. Mi objetivo principal fue vislumbrar unas nebulosas oscuras a modo de filamentos que forman una especie de letra “Y” visible en fotografías de larga exposición. Ya en la zona, necesité de unos minutos de adaptación y visión lateral para conseguir verlos, pero allí estaban, una línea difusa y muy débil que dividía a la nebulosa en dos, bifurcándose en su camino hacia la periferia. Acabé agotado por intentar exprimir cada uno de estos detalles en los pétalos de una flor celeste, así que decidí terminar el paseo con un objeto más sencillo y agradecido.

NGC 2244

Beta monocerotis es la estrella más brillante de la constelación del Unicornio, con una magnitud de 3.74. Estamos habituados a ver estrellas dobles en las que sus componentes parecen gemelas en brillo y color. Lo que es tan habitual, como ocurre con esta estrella, es que sean tres las estrellas idénticas, y la imagen es lo suficientemente espectacular como para volcarse en ella cada noche de invierno. El sistema se encuentra a 690 años luz de nuestro sistema solar y sus estrellas son de tipo espectral B3, blanco-azuladas y jóvenes, con una edad que se estima en 34 millones de años (casi nada si lo comparamos con los 4.500 millones de años de nuestro sol).

Beta monocerotis

La principal, con una magnitud de 4.6, se encuentra a 7.4 segundos de arco de la estrella B. Ésta y C se encuentran mucho más unidas, a 2.8 segundos de arco. Ya resolubles a 125, su magnitud tan similar ayuda a poder diferenciarlas con gran facilidad. La imagen de dos soles tan cercanos que casi se tocan y giran uno alrededor del otro, con otra estrella algo más separada que también interactúa con ellos, no es fácil de olvidar. La estrella tarda 14.000 años en dar una vuelta completa alrededor de las otras dos, así que tenemos tiempo de sobra para deleitarnos con este baile cósmico interminable que no ha hecho más que empezar.

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