Un millar de luciérnagas (Omega Centauri)

La mayor parte de las maravillas que guarda el cielo austral permanecen ajenas a los observadores del hemisferio norte en espera de exóticos viajes a las tierras del sur. No obstante, algunos de sus principales objetos nos desafían a sumergirnos en las profundidades de nuestra atmósfera, casi rozando el horizonte, para poder disfrutarlos, aunque sea superficialmente. En las noches de primavera podemos mirar al sureste del Cuervo, ya en la constelación del Centauro, y si la noche es oscura puede que notemos una débil estrella que se nos muestra, usando visión indirecta, con cierto aspecto difuso. Uno no podría asegurar si es una estrella o una nebulosa, pero lo cierto es que cualquier astrónomo que lo vea notará un cosquilleo de emoción, sabedor de su verdadera naturaleza. El cúmulo Omega Centauri es, sin duda, uno de los objetos más notables y espectaculares que podemos observar, y el simple hecho de adivinarlo a simple vista ya es suficiente como para buscar el horizonte sur más bajo que podamos encontrar.

Esta inmensa aglomeración de estrellas merece una presentación acorde con su magnificencia. El nombre proviene del siglo XVII, cuando Bayer lo catalogó como tal, pero se conocía como una estrella más desde hacía más de dos mil años (de hecho, Ptolomeo ya la menciona en su Almagesto). No es hasta 1677 cuando Edmund Halley (el del cometa) aprecia que no es una estrella, sino que por su rudimentario instrumento lo ve como una nebulosa, al igual que Lacaille en 1755. Posteriormente, James Dunlop y Herschel descubrieron que era un cúmulo poblado por innumerables estrellas, el mayor de los conocidos hasta el momento. Omega Centauri, o NGC 5139, es el cúmulo globular más brillante, con una magnitud de 3.9, y el segundo más cercano. Se encuentra a una distancia estimada entre 15.000 y 18.000 años luz, tan sólo superado por NGC 6397 en Ara y M4 en Escorpio, a poco más de 7.000 años luz. El único globular que rivaliza con Omega Centauri es 47 Tucanae, fuera de las posibilidades de observación para aficionados del hemisferio norte. M13 o M3, a su lado, parecen extraordinariamente pequeños, ya que Omega Centauri tiene un diámetro que supera el grado de arco, aunque visualmente se nos aparezca de menor tamaño. Tiene una densidad tan elevada que sus estrellas están separadas por la décima parte de un año luz en sus regiones internas. Para hacernos una idea, basta saber que Próxima Centauri está situada a unos 4 años luz de nuestro Sol. En un cubo con aristas de 4 años luz de diámetro cabrían, teniendo en cuenta la densidad del cúmulo, la friolera de 64.000 estrellas, un número que nos parece totalmente exagerado pero que es la realidad de esta abarrotada familia.

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No sólo es de los más cercanos, sino que además es el más grande, con lo cual su fama es bien merecida. Alcanza casi 300 años luz de diámetro y está formado por unas 5 millones de estrellas, amarillentas y rojizas en su mayoría, y aquí viene a colación un dato interesante que trae de cabeza a la comunidad científica. La edad del cúmulo se estima en unos 12.000 millones de años (cerca de la edad total del universo), pero en él distinguimos dos poblaciones estelares distintas, con un porcentaje importante de ellas relativamente jóvenes. Los cúmulos globulares son, por lo general, fósiles estelares, una muestra de la población primigenia de la galaxia que no ha sufrido grandes cambios durante su vida, ajenas a la dinámica de regiones internas de la Vía Láctea. Sin embargo, en Omega Centauri encontramos estrellas jóvenes que rompen esa tónica. La explicación que se viene dando desde hace tiempo es que Omega Centauri no es un cúmulo globular como tal, sino el núcleo de una galaxia enana que en los últimos millones de años ha ido perdiendo su halo por la influencia de nuestra propia galaxia, que la ha ido despojando de sus estrellas. Según esta teoría, por tanto, estaríamos ante los restos de una galaxia satélite, lo cual explicaría por qué es 10 veces mayor que la mayoría de los cúmulos globulares conocidos. Recientemente, un nuevo descubrimiento apoya esta hipótesis.

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En 2008 el telescopio Hubble y el observatorio Gemini (pertenecientes a la NASA y ESA, respectivamente), detectaron que las estrellas centrales de Omega Centauri se movían a velocidades inusualmente elevadas y en direcciones que rompían las reglas físicas establecidas, en contra del sentido de giro del cúmulo. Los resultados de esta peculiar dinámica eran congruentes con la presencia de un objeto altamente masivo que producía la aceleración de las estrellas cercanas, y este objeto resultó ser un agujero negro con una masa de 40.000 soles, el segundo agujero negro de masa intermedia que se conoce (el primero fue G1 en M31). La presencia de un agujero negro tan denso apoya firmemente la hipótesis de que Omega Centauri es el remanente del núcleo de una galaxia enana, cambiando entonces nuestra percepción de este exótico objeto. Tenemos que asumir, por tanto, que tenemos un nuevo compañero en nuestra vecindad.

Ya sea el más increíble de los cúmulos globulares o el núcleo de una galaxia, Omega Centauri merece todo el esfuerzo que podamos dedicar para intentar, aunque sea, atisbarlo. Como anunciábamos al principio, es reconocible a simple vista como una estrella desenfocada, más evidente con visión lateral. El efecto es precisamente similar al que produce M13 en Hércules, una minúscula mancha difusa que aparece y desaparece ante nuestros ojos, pero mucho más brillante en el caso que nos ocupa. De hecho, era más que evidente con mirada periférica a pesar de elevarse tan sólo 5 grados del horizonte, casi rozando la copa de lejanos árboles. Con prismáticos la imagen es muy interesante, apareciendo como una densa bola nebulosa, de alto brillo superficial y perfectamente redondeada. Las turbulencias de la atmósfera me impidieron distinguir estrellas individuales, pero a pesar de ello el efecto era extraordinario. Es al mirar por el telescopio cuando la imagen parece sacada una fotografía. Conviene usar bajos aumentos para que el cúmulo entre en el campo de visión al completo. En mi caso, usé el Hypperion de 13 mm, que me proporciona unos 30 minutos de campo aparente. La primera vez que lo vi no pude evitar soltar una exclamación, nunca había visto nada igual. Una esfera de estrellas se disponía ocupando casi todo el campo, una esfera perfectamente homogénea formada por tantos puntos que sería totalmente imposible contarlos. Cien, doscientos, mil… Me llamó la atención que no había un gradiente marcado entre el centro y la periferia. En lugar de eso, la mayoría de las estrellas poseían un brillo similar, de manera que no había ninguna que destacara de manera importante sobre el resto. Era como ver un enjambre de luciérnagas volando en formación perfecta. No había estrellas especialmente brillantes (la mayor parte presenta magnitud por encima de 12), pero el conjunto de todas ellas hacían de Omega Centauri uno de los objetos más impresionantes que he visto. Mayores aumentos sumergen en la miríada de estrellas que lo componen, dando la sensación de bucear por un cielo tan cargado de luceros que parece a punto de derrumbarse.

NGC 5139

Es en esos momentos, con el telescopio totalmente en horizontal, cuando somos conscientes de la cantidad de cielo que nos queda por descubrir, de las maravillas que se esconden en los rincones más insospechados. El lado alentador es que, a pesar de ello, tenemos la vida por delante para intentarlo.

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