Los dominios de Thor (NGC 2359 y NGC 2360)

Canis Major, o el Can Mayor, es una constelación especialmente llamativa por su principal estrella, Sirio, que es el astro más brillante del hemisferio norte y una de los más cercanos a la Tierra (a poco más de 8 años luz). En estas noches invernales brilla intensamente por debajo de Orion, y si las nubes no nos impiden la observación es una buena ocasión para echar un vistazo a sus alrededores.

A su izquierda ya vimos que se encontraban M46 y M47, los cuales bien merecen un repaso cada vez que tengamos la oportunidad. A medio camino entre ellos y Sirio se encuentra, un poco al norte, una perla astronómica ampliamente disfrutada en fotografías pero que suele quedarse al margen en las observaciones visuales. Es una nebulosa con una forma tan característica que le ha valido el sobrenombre de “El casco de Thor”. Nos referimos a NGC 2359, y es la nebulosa que se ha formado a partir de una estrella Wolf-Rayet. Si recordamos la entrada de NGC 7635, la Nebulosa de la Burbuja, recordaremos que son estrellas extremadamente masivas que comienzan a perder masa a velocidades muy altas, de forma que toda su envoltura va expulsándose al espacio progresivamente hasta formar las atractivas figuras que podemos apreciar desde nuestra particular estación espacial. La estrella responsable de formar NGC 2359 recibe el nombre de WR7 ó HD 56925. Es una estrella que ha envejecido a pasos agigantados, teniendo en la actualidad unos 20 millones de años, si bien la nebulosa comenzó a formarse hace unos 230.000 años. Su masa, mayor a 16 masas solares, la conducirá irremediablemente a terminar su vida en forma de supernova debido a la rápida combustión de todo su material. En la siguiente imagen, de Bob Franke, podemos perdernos entre los jirones gaseosos de esta maravilla celeste:

Foto 2359.jpg

Hasta ahora se ha dedicado a expulsar los gases que la rodean hacia el exterior en pulsos, provocando varias “ondas de choque”. Se ha estimado que lleva tres de estos pulsos, que han promovido la formación de una burbuja a su alrededor, con el gas a merced de los rápidos vientos que llegan a alcanzar velocidades vertiginosas de hasta 1.500 km/s. Sin embargo, en las fotografías podemos apreciar distintos filamentos que otorgan a la nebulosa su aspecto de casco vikingo. Estas alteraciones en la formación se deben a que el gas, en su expulsión de los dominios de WR7, se ha encontrado con una región HII que le opone cierta resistencia. De esta manera, lo que vemos es el gas que intenta abrirse camino a través de un medio relativamente denso, como una nube que recibe un frente frío y se va deformando rápidamente.

NGC 2359 es fácil de localizar, saltando de estrella en estrella desde M46 (de camino, nos llevamos una alegría a la vista). En el buscador no lo pude apreciar con claridad, pero, sin embargo, había “algo” que me hacía saber que estaba ahí, quizás una mínima nebulosidad que alcanzaba mi retina de forma disimulada…). A 125 aumentos pude apreciarlo sin mayores dificultades, si bien era demasiado tenue y apenas se podía distinguir estructura alguna. La cosa cambió al usar el filtro OIII, resaltando enormemente la silueta de la nebulosa, alcanzando un grado de definición que no pensé que podría ver. El anillo central se apreciaba sin ningún problema, algo alargado, rodeando a la estrella central, que brilla con una magnitud de 11.4, sin llegar a ocupar el centro exacto. Lo más interesante eran, quizá, los dos filamentos que salían del anillo, a modo de cuernos, y se iban difuminando con el fondo a medida que se alejaban de él. La mirada periférica ayuda a verlos con una mayor definición y longitud. El campo estelar, sin ser especialmente rico, es llamativo y forma un agradable marco de fondo a la nebulosa. No es difícil imaginarse a esa estrella expulsando sus capas más externas, soplando con fuerza y deformando la inmensa nube que la rodea. El espectáculo desde una estrella cercana sería sobrecogedor.

NGC 2359.png

La noche que vi por primera vez el Casco de Thor, mientras recorría el cielo con el buscador, vi una pequeña nubecilla que captó mi atención, cerca de donde debía estar la nebulosa. Rápidamente la encuadré y miré por el ocular. Me sorprendí al comprobar que era un cúmulo abierto, y no un cúmulo cualquiera, sino uno de los grandes. Intrigado por cuál sería, decidí buscarlo posteriormente, cogí el lápiz y lo plasmé en el papel. A 125 aumentos ocupaba la mitad del ocular, con un centenar de estrellas que adoptaban caprichosas formas, numerosas alineaciones de pequeños astros que poblaban todo el campo de visión. Una estrella más brillante presidía el cúmulo, como si protegiera al resto de su rebaño. Al llegar a mi casa comprobé que era NGC 2360, conocido también como el Cúmulo de Caroline o Caldwell 58.

NGC 2360

Es un cúmulo abierto situado a unos 3.700 años luz de nosotros, con un diámetro de 15 años luz. Gracias al estudio de sus componentes, entre las que se encuentran varias gigantes rojas, podemos datarlo en unos 2 mil millones de años de antigüedad. La estrella más brillante a la que hacía referencia no pertenece realmente al cúmulo, sino que la vemos sobre él por efecto de perspectiva. Lo descubrió Caroline Herschel en el siglo XVIII, y es uno de tantos objetos que esta maravillosa zona depara al astrónomo que le dedique parte de su tiempo.

 

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